miércoles, 4 de julio de 2012

Era inevitable. Después de una semana de calor en España, volver a la lluvia y el frío londinense me costaría un resfriado. Y aquí estoy, con dolor de cada parte de mi cuerpo, mocos y seguro fiebre y sin poder llegar a casa y quejarme de que estoy malita para que me den mimos, porque ahora mi casa es el trabajo. Pero bueno, son los gajes del oficio.

Hoy Alannah ha empezado sus vacaciones y ya nos están viniendo largas a Tamsyn y a mí. ¡No paran de discutir ni un solo segundo! Pero es que Alannah es digna de un estudio, no para de hacer artimañas para llamar la atención. Y lo peor es que siempre se sale con la suya. Esta mañana, por ejemplo, la vi coger un folio y esconderlo detrás de la puerta. A los diez minutos, empezó a preguntarle a su madre dónde estaba la carta (yo no sabía a qué carta se refería), así que Tamsyn se puso a buscarla y, adivinad qué: era el papel que ella había escondido. La carta resultaba ser un folio que ella estaba escribiendo para sus profesores, así que me senté con ella a ayudarla, diciéndole las letras que tenía que poner. Y, de repente, pinta una linea horizontal larguísima y empieza a llorar porque se ha equivocado y está muy feo. Resultado final: la abrazamos y le dijimos que estaba precioso.

Charlie, sin embargo, siempre sale perdiendo. Por ejemplo, a mediodía, Alannah estaba jugando con una cesta, a la que le metía comida de juguete y la tapaba con una servilleta de cuadros. Por supuesto, si ella estaba jugando a eso, él también quería jugar con los mismo y no paraba de quitarle la servilleta "I need it for my game" (la necesito para mi juego, siempre se inventan esa excusa), así que Tamsyn le regañó y le dio una servilleta igual a él. La tiró al suelo gritando "no" y castigado a las escaleras. Pues así están todo el día. Y lo peor es que Charlie se despierta a la cinco y media y, cuando llega la noche, está insoportable y lo tiene que acostar sin cenar, antes de las siete, pero no lo acuesta a que duerma siesta. Así, normal.

Después del almuerzo, los he llevado al parque de Herne Hill. De repente, no llovía y hacía calor. Tanto el camino de ida como el de vuelta han sido llantos y discusiones también. Yo llevo el carrito para que Charlie no se canse demasiado, pero Alannah también quiere subirse. El carro es de dos plazas (una arriba y otra abajo), pero ninguno de ellos quiere la de abajo. Así que, a la ida, turno de lloriqueo de Alannah. "Alannah, Charlie was before in the buggy. You can sit down over here or walk. Choose one", (Alannah, Charlie estaba antes en el carro. Tú puedes sentarte aquí o ir andando. Elige una); "I don't want to go over there" (No quiero ir ahí), me dijo haciendo pucheros; "Ok, Alannah, the next time you will go in the top, but now you can't" (Vale Alannah, la próxima vez irás arriba, pero ahora no puedes); "Ok, and what happens if you forget it?" (Ok, y ¿qué pasa si se te olvida?), me preguntó mientras se sentaba abajo; "I won't" (No lo haré); "But what happens if you do?" (pero, ¿qué pasa si lo haces?); "Alannah, I won't, but if I forget it, you can remind it to me" (Alannah, no lo voy a hacer, pero si se me olvida, tú puedes recordarmelo); "And what happens if I forget it?" (y, ¿qué pasa si se me olvida a mí?); "You won't, I'm sure" (No lo harás, estoy segura).

Lo bueno de esta conversación fue que cuando teníamos que volver a casa y ellos no querían, sólo tuve que recordarle a Alannah que podía ir en la parte de arriba del carro. Pero claro, también me costó el llanto de Charlie. La vuelta a casa se me hizo horrible. Enferma y cargando con dos niños grandes, un carro y los dos patinetes que siempre me encasqueta Tamsyn para que hagan ejercicio (ilusa).

El problema del playground de Herne Hill es que está un poco lejos para ir andando con los niños (unos cuarenta minutos). Y luego está la historia de que se paran en todas partes para jugar. Siempre les pasa lo mismo, se ponen a jugar en un tronco grande que hay; les digo que si pasan mucho tiempo en el tronco, no tendremos tiempo de ir al playground y, al final, sólo nos queda media hora para los columpios y no se quieren volver. Pero ya les tengo el truco pillado. Diez o quince minutos antes de la hora que pretendo volver, les digo que ya tenemos que volver a casa; por supuesto, me piden por favor que no. Así que me hago la buena y les digo que vale, que les dejo diez minutos más si me prometen que no lloran.

Pero a casa llegué hoy sudando como nunca (supongo que sería la fiebre) y, cuando llegamos, ya estaban los padres de Tamsyn en casa. El padre, que lo he conocido hoy, es también encantador; pero la verdad es que se hace incómoda tanta gente en casa. Incluso para Tamsyn. Y encima Ruairi no paraba de llorar hoy.  ¡Ay, Señor, Señor!

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