lunes, 13 de agosto de 2012

Sé que hace muchos días que no escribo, pero este fin de semana (el último con Manon) ha sido agotador. Empezó el viernes, como siempre, levantándome a las siete. El plan era ir con con los niños al parque de al lado de casa a hacer un pretending picnic (un picnic con comida de juguete), pero los niños me metieron en una bolsa los juguetes, los colores, libros para colorear, una pelota, una manta... lo que olvidaron fue coger agua y alguna comida de verdad. Así que, como siempre hace su madre, les corté una manzana para los dos y darles algunas chuches. Eligieron chocolate y fideos con pica-pica, pero Alannah no tenía suficiente con eso y empezó a negociar conmigo, yo le insistí en que ya eran demasiadas y empezó a llorar, así que me enfadé y les dije que ya no había chuches para nadie. Me sentí muy mal por Charlie, no sé si lo hice bien, pero los dos empezaron a llorar más aún. No obstante, antes de irnos ya se les había pasado y, como se estaban portando bien, les dije que me esperaran y fui acoger las chuches para dárselas después por sorpresa.

En el parque, estuvimos jugando, coloreando... pero no nos dio tiempo ni a hacer el picnic falso porque, mientras coloreaba con Alannah, escuché a Charlie jugando con agua y, cuando le miré a ver qué estaba haciendo, le vi detrás del árbol, con postura de hacer pipí, pero con los pantalones puestos. No me lo podía creer cuando le vi las cataratas de pipí cayéndole por los pernales del pantalón. Le dije que cuando tuviese ganas tenía que pedírmelo como siempre hacía, pero tuvimos que irnos a casa porque estaba llenísimo de pipí. A los diez minutos de estar en casa llegó Tamsyn con Ruairi, que venía de vacunarlo, y le montó la piscinita a los niños. Se suponía que con la inyección, el bebé se pasaría toda la tarde durmiendo, pero el efecto fue el contrario: no pudo dormir en toda la tarde y sólo hacía llorar. Tamsyn estaba desesperada, así que tuve que hacer descansos de mi tiempo libre para echarle una mano.

A las ocho y media había quedado con Manon para ir a Walk About, un pub que se suele poner muy bien según nos había recomendado mucha gente, y en el que frecuentan españoles. Allí cenamos y después nos tomamos unas copas, entre ellas, unos chupitos de colores y una bebida verde que cuando la echabas en un vaso raro, empezaba a salir humo por todas partes. Después de tomarnos algo, nos fuimos a la zona de baile, con tan mala suerte de que justo el viernes había una fiesta retro, así que a bailar música guiri antigua. Lo más guay fue que había un concurso de baile y nos apuntamos y nos hinchamos de bailar en el escenario. Al final no ganó nadie, pero fuimos de las últimas supervivientes y, además, nos conseguimos unas gafas de estas que en vez de cristal tienen rayas.

Cuando ya nos cansamos de la música, nos fuimos y, como la zona estaba tan bonita, al lado del río e iluminada, decidimos dar un paseo ¡y llegamos hasta Westminster! De ahí, nos bajamos en Brixton y se nos volvió a ir la olla (especialmente a mí, que era la propulsora), y nos fuimos andando a casa porque yo decía que Brixton no estaba tan lejos. Con la tontería, llegamos a casa más tarde de las dos y, al día siguiente, nos teníamos que levantar a las ocho para ir temprano a Brighton.

Fue un poco difícil despertarse, pero al final nos sobró tiempo y nos fuimos a tomarnos un desayuno inglés en un bar de Victoria Station. Después, mientras yo sacaba dinero, Manon se fue a hacer cola para comprar los billetes. Ella tiene una tarjeta para jóvenes que se llama Rail Card, le costó 30 libras pero puede viajar mucho más barato entre pueblos. Ella me dijo que nunca se la habían pedido, así que decidí arriesgarme y comprar mis billetes como si yo la tuviera también,porque la diferencia era de 8 libras. Nunca se la habían pedido, pues me la pidieron a mí. Le dije al revisor que se me había olvidado y me dijo que no pasaba nada, que tenía que sancionarme pero que podía librarme de la multa enviando una copia de mi Rail Card más la multa, explicando por qué no la llevaba. 50 libras. Pero voy a intentar hacer algún chanchullo para escaquearme. Después, cuando llegué a Brighton, como no me atrevía a que a la vuelta me multaran de nuevo (había comprado ida y vuelta), le dije a la mujer de los tickets que quería que me cambiara el billete por uno de sin Rail Card ¡Y me cobró ocho euros más sólo por la vuelta! Y sí, en el viaje de vuelta, el revisor no estaba pidiendo la Rail Card, toda esa suerte tengo.

De primeras, el pueblo me recordó mucho a Fuengirola, con su playa, su paseo marítimo... hasta que llegamos al pier (muelle). Era una plataforma bastante grande que se metía en el mar y, encima, había un montón de bares, recreativos, cacharros de feria... y unas vistas preciosas.




Con el ambiente, lo que más nos apetecía comer era pescaito frito, pero como lo más parecido que había era fish & chips, nos conformamos con eso. Después nos fuimos un rato a la playa, ropa y maquillaje incluído; porque, como podéis comprobar en la foto, casi nadie iba en bikini. El ambiente estaba bien, pero el suelo era todo de piedras y no había manera de andar descalzas. 




Después de la playa, nos fuimos a dar un paseíto por el pueblo mientras nos comíamos un helado. De casualidad, nos encontramos con el Royal Pavilion, una especie de edificio de estilo indio con unos jardines muy chulos.




Y el domingo, era el colofón final. El día en el que teníamos que hacer todas las cosas que se nos habían quedado en el tintero. Aunque las Olimpiadas se llevaron la mejor parte. Por la mañana, fuimos a ver la maratón masculina entre Buckingham Palace y St. Jame's Park. Lo flipabas con qué velocidad iban y volvían desde Tower Bridge una y otra vez.



No queríamos dejar pasar el último día sin acabar como lo empezamos, en uno de nuestros lugares favoritos: Candem Town. Habremos ido miles de veces, pero siempre hay algo nuevo por descubrir. Nos pedimos una sangría en uno de los puestos de España, que nos supieron a gloria y luego compartimos una fajita mexicana y un plato gigante con una salchicha deliciosa y una especie de empanaditas pequeñas en salsa muy ricas. Después, nos fuimos a la tienda de los robots que todo el mundo conoce a probarnos vestidos horteras, pero se ve que la mujer de los probadores no nos vio cara de compradoras y nos dijo que para probarte ropa había que dejar un depósito de 15 libras. Así que otra vez será.

 
Después de Candem Town fuimos a la estación de trenes de King's Cross para que Manon se hiciese una foto en el andén 9 y tres cuartos, el de Harry Potter, y el siguiente y último paso era ir a Hyde Park a ver el concierto de clausura de los Juegos Olímpicos. Pero no fue el último paso. Cuando llegamos, en las pantallas decían que las entradas (¿entradas?) estaban agotadas y que podíamos verlo gratis en Victoria Park. Varios hombres nos preguntaron de destrangis que si queríamos entradas de reventa, pero cuando preguntamos el precio nos digeron ¡120 libras! Así que si queríamos verlo en pantallas gigantes, no nos quedaba otra que ir a Victoria Park.

El problema al llegar a Victoria Park eran las mismas restricciones que nos habíamos encontrado la semana anterior en Hyde Park: no comida, no bebida, no nada... No éramos legales para entrar, así que pusimos nuestra mantita en el suelo y nos pegamos un banquete. Como éramos tantos los ilegales dentro del recinto acampados en en jardín de fuera, conocimos a un grupo de españoles. La cola para entrar era gigante y los guiris que se iban o decidían entrar nos regalaban sus vinos, sus fresas, sus palomitas... Así que estábamos agusto, nos estábamos poniendo púos y no teníamos ganas de esperar la cola gigante, por lo que al final nos perdimos la clausura.

El problema era que yo había calculado volver desde Hyde Park a Victoria Station y coger el tren hasta mi casa y sabía que el último era a las 23:55, pero ahora estaba en la otra punta de Londres y me venía mejor volver a casa desde London Bridge. No tenía ni idea a qué hora sería el último tren, pero supuse que sería parecido. Me equivocaba. Cuando llegué, no encontraba mi tren en las pantallas y cuando pregunté, me dijo que ya no habría más trenes hacia North Dulwich hasta el día siguiente. ¡No! ¿Y ahora qué? Salí de la estación a echar un vistazo a los autobuses y, de repente, vi el número 35, el que cogimos la semana pasada que nos dejaba en Brixton. Es lentísimo y sabía que llegaría a casa muy tarde porque además tenía que hacer trasbordo al llegar a Brixton; pero, al menos, sabía que iba a llegar a casa. ¡Al final tardé casi dos horas! Y menos mal que no tuve que esperar nada a que llegaran ninguno de los dos autobuses.

Y hoy quería morirme cuando me ha sonado el despertador a las siete. Me acosté súper cansada sin quitarme ni siquiera el maquillaje y hoy mi cara era un poema. Encima, Alannah estaba hoy insoportable. Me pedía una manta, le preguntaba si la verde o la marrón, me decía que ninguna, cuando no le daba ninguna me la volvía a pedir, le doy la marrón y sale corriendo llorando. Y luego, le estaba escribiendo una carta a su amiga Isobel, porque mañana vamos a ir a visitarla. Como no sabe escribir, ella me decía lo que quería decirle, yo se lo escribía y ella lo copiaba en la carta. Total, que me dice que quiere poner "We are going to be best friends forever" (Vamos a ser mejores amigas para siempre) y le pareció muy largo. Empezó a hacer la "w" mal y yo le expliqué cómo era, pero ella me dijo que me prometía que Isobel iba a entenderlo como ella lo había hecho, así que le dije que vale. Total, que me dice que si no la ayudo no lo va a poder hacer, le digo que pensaba que quería dejarlo así y le explico cómo tiene que hacerlo, no quiere; le digo que yo le sujeto la mano para que lo haga, no quiere; se lo hago yo, no quiere. Le pregunto cómo puedo ayudarla entonces y me dice que de ninguna manera, y se va corriendo llorando. Será que hoy estoy muy cansada, pero sigo sin entender nada.

Pero por lo demás, el día ha sido tranquilo. Tamsyn iba a ir con los niños y una amiga con sus hijos al parque, así que sólo he estado jugando con Charlie en el jardín a los bomberos por la mañana. Y después por la tarde, viendo la tele, un lavadito fugaz porque Alannah quería ver Barbie (ha sido muy divertido lavarlos a la velocidad del rayo) y la cena. Cuando Hugh le ha quitado a Alannah la tele para ir a la cama, se ha venido llorando conmigo y ya he estado haciendo el tontolava con ella, y los dos tirados encima mía en el suelo para darme besos y abrazos de buenas noches... Es guay cuando me quieren tanto.

Y Tamsyn y Hugh ya me han hecho el planning de mi semana en Málaga. Está genial porque es como los guardias civiles, descanso dos días y trabajo dos, descanso dos y trabajo dos... y así sucesivamente. Mi avión llega a Málaga el lunes a las ocho de la tarde y no tengo que trabajar hasta el miércoles por la noche (lo que para ellos puede ser las cuatro de la tarde). Y luego también tengo viernes y sábado; miércoles y jueves... está bastante bien. Y los días que tengo que trabajar son para hacer baby sitting, hacerles visita turística por Fuengirola, ir al Tivoli... Tengo bastantes ganas ya.

¡Buenas noches y felicidades a Nathalie por su cumpleaños!

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